Las truchas difíciles, en cierto modo son las mejores.
Si algo en esta vida es fácil o no nos cuesta trabajo ni esfuerzo conseguirlo, seguramente que no le demos demasiada importancia.
Cuando estamos en el río pescando y vemos una trucha que se está cebando, le echamos nuestra mosca y la mira, pero no la toma, le cambiamos de mosca y lo mismo de antes, volvemos a cambiar una y otra vez y nada.
Empezamos a entrar en una desesperación, por que además de que no coge nuestra mosca, esta puesta en un lugar muy poco accesible para nuestro señuelo, nos cuesta ponerle la mosca en el sitio correcto y si a eso le sumamos la vegetación que tenemos detrás, delante, a los lados, nos damos cuenta de una cosa y entonces pensamos, ¡¡ claro, por eso esta ahí esta trucha !!
Pero no nos rendimos, seguimos intentándolo, le volvemos a cambiar de mosca, nos ponemos en una situación mejor para lanzarle, ya tenemos más puntos a nuestro favor, pero aún así no quiere picar.
Cuantas cosas pasan por nuestra cabeza en esos momentos, ¡¡ pero que momentos !!, para mi al igual que para muchos pescadores con mosca son sin duda, los mejores momentos de la pesca.
Es el enfrentamiento cara a cara con el pez, con el entorno, con el clima, con un cúmulo de factores y circunstancias que hacen que en definitiva la pesca sea para nosotros, los pescadores, esa droga que llevamos metida dentro, que nos la inculcó como en mi caso mi padre hace ya tantos años y que no nos la podemos, ni queremos quitárnosla de encima.
Pero al final, después de tantos y tantos intentos, en una de esas, la trucha se come nuestra mosca y llega el momento más maravilloso del pescador, tener a ese fabuloso animal enganchado a nuestro señuelo, luchando por librarse de el, y nosotros, todo lo contrario, intentamos que eso no pase para al fin tenerla en nuestras manos, observarla, incluso “hablar con ella”, y liberarla de nuevo para poder intentar pescarla otro día.
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